Tengan buen día estudiantes de grado once. Con la corta información de estas diapositivas y el documento del libro de Martín Buber (¿Qué es el hombre?) se realizará el segundo quiz de filosofía.
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¿Qué es el hombre? (Martín Buber)
Se cuenta del rabino Bunam de Przysucha, uno de los últimos
grandes maestros del jasidismo, que habló así una vez a sus discípulos:
“Pensaba escribir un libro cuyo título sería Adán, que habría de tratar del
hombre entero. Pero luego reflexioné y decidí no escribirlo.” En estas
palabras, de timbre tan ingenuo, de un verdadero sabio, se expresa —aunque su
verdadera intención se endereza a algo distinto— toda la historia de la meditación
del hombre sobre el hombre. Sabe éste, desde los primeros tiempos, que él es el
objeto más digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a tratar este
objeto como un todo, a investigar su ser y sentido auténticos.
A veces inicia la tarea, pero pronto se ve
sobrecogido y exhausto por toda la problemática de esta ocupación con su propia
índole y vuelve atrás con una tácita resignación, ya sea para estudiar todas
las cosas del cielo y de la tierra menos a sí mismo, ya sea para considerar al
hombre como dividido en secciones a cada una de las cua1es podrá atender en
forma menos problemática, menos exigente y menos comprometedora.
El filósofo Malebranche, el más destacado
entre los continuadores franceses de las investigaciones cartesianas, escribe
en el prólogo a su obra capital De la recherche de la vérité (1674): “Entre
todas las ciencias humanas la del hombre es la más digna de él. Y, sin embargo,
no es tal ciencia, entre todas las que poseemos, ni la más cultivada ni la más
desarrollada. La mayoría de los hombres la descuidan por completo y aun entre
aquellos que se dan a las ciencias muy pocos hay que se dediquen a ella, y
menos todavía quienes la cultiven con éxito.” Él mismo plantea en su libro
cuestiones tan antropológicas como en qué medida la vida de los nervios que
llegan a los pulmones, al corazón, al estómago, al hígado, participa en el
nacimiento de los errores; pero tampoco ha sido capaz de fundar una teoría de
la esencia del hombre.
Kant ha sido quien con mayor agudeza ha
señalado la tarea propia de una antropología filosófica. En el Manual que
contiene sus cursos de lógica, que no fue editado por él mismo ni reproduce
literalmente los apuntes que le sirvieron de base, pero que sí aprobó
expresamente, distingue una filosofía en el sentido académico y un filosofía en
el sentido cósmico (in sensu cosmico). Caracteriza a ésta como la “ciencia de
los fines últimos de la razón humana”, o como la “ciencia de las máximas
supremas del uso de nuestra razón”.
Según él, se puede delimitar el campo de esta filosofía en
sentido universal mediante estas cuatro preguntas: “1.—¿ Qué puedo saber.?
2.—¿Qué debo hacer? 3.—¿Oué me cabe esperar? 4.—¿Qué es el hombre? A la primera
pregunta responde la metafísica, a la segunda la moral, a la tercera la
religión y a la cuarta la antropología.” Y añade Kant: “En el fondo, todas
estas disciplinas se podrían refundir en la antropología, porque las tres
primeras cuestiones revierten en la última.”
Esta formulación kantiana reproduce las
mismas cuestiones de las que Kant —en la sección de su Crítica de la razón pura
que lleva por título “Del ideal del supremo bien”— dice que todos los intereses
de la razón, lo mismo de la especulativa que de la práctica, confluyen en
ellas. Pero a diferencia de lo que ocurre en la Crítica de la razón pura,
reconduce esas tres cuestiones hacia una cuarta, la de la naturaleza o esencia
del hombre, y la adscribe a una disciplina a la que llama antropología pero
que, por ocuparse de las cuestiones fundamentales del filosofar humano, habrá
que entender como antropología filosófica.
Ésta sería, pues, la disciplina filosófica
fundamental. Pero, cosa sorprendente, ni la antropología que publicó el mismo
Kant ni las nutridas lecciones de antropología que fueron publicadas mucho
después de su muerte nos ofrecen nada que se parezca a lo que él exigía de una
antropología filosófica. Tanto por su intención declarada como por todo su
contenido ofrecen algo muy diferente: toda una plétora de preciosas observaciones
sobre el conocimiento del hombre, por ejemplo, acerca del egoísmo, de la
sinceridad y la mendacidad, de la fantasía, el don profético, el sueño, las
enfermedades mentales, el ingenio.
Pero para nada se ocupa de qué sea el
hombre ni toca seriamente ninguno de los problemas que esa cuestión trae
consigo: el lugar especial que al hombre corresponde en el cosmos, su relación
con el destino y con el mundo de las cosas, su comprensión de sus congéneres,
su existencia como ser que sabe que ha de morir, su actitud en todos los
encuentros, ordinarios y extraordinarios, con el misterio, que componen la
trama de su vida. En esa antropología no entra la totalidad del hombre. Parece
como si Kant hubiera tenido reparos en plantear realmente, filosofando, la
cuestión que considera como fundamental.
Un filósofo de nuestros días, Martin
Heidegger, que se ha ocupado (en su Kant und das Problem der Metaphysik, 1929)
de esta extraña contradicción, la explica por el carácter indeterminado de la
cuestión o pregunta “qué sea el hombre”. Porque el modo mismo de preguntar por
el hombre es lo que se habría hecho problemático.
En las tres primeras cuestiones de Kant se
trata de la finitud del hombre. “¿Qué puedo saber?” implica un no poder, por lo
tanto, una limitación “¿Qué debo hacer?” supone algo con lo que no se ha
cumplido todavía, también, pues, una limitación; y “¿Qué me cabe esperar?”
significa que al que pregunta le está concedida una expectativa y otra le es
negada, y también tenemos otra limitación. La cuestión cuarta sería, pues, la
que pregunta por la “finitud del hombre”, pero ya no se trata de una cuestión
antropológica, puesto que preguntamos por la esencia de nuestra existencia.
En lugar, pues, de la antropología,
tendríamos como fundamento de la metafísica la ontología fundamental. Pero
adondequiera que nos lleve este resultado, hay que reconocer que no se trata ya
de un resultado kantiano. Heidegger ha desplazado el acento de las tres
interrogaciones kantianas. Kant no pregunta: “¿Qué puedo conocer?”, sino “¿Qué
puedo saber?” Lo esencial en el caso no es que yo sólo puedo algo y que otro
algo no puedo; no es lo esencial que yo únicamente sé algo y dejo de saber
también algo; lo esencial es que, en general, puedo saber algo, y que por eso
puedo preguntar qué es lo que puedo saber.
No se trata de mi finitud sino de mi participación real en
el saber de lo que hay por saber. Y del mismo modo, “¿Qué debo hacer?”
significa que hay un hacer que yo debo, que no estoy, por tanto, separado del
hacer justo, sino que, por eso mismo que puedo experimentar mi deber, encuentro
abierto el acceso al hacer. Y, por último, tampoco el “¿Qué me cabe esperar?”
quiere decir, como pretende Heidegger, que se hace cuestionable la expectativa,
y que en el esperar se hace presente la renuncia a lo que no cabe esperar, sino
que, por el contrario, nos da a entender, en primer lugar, que hay algo que
cabe esperar (pues Kant no piensa, claro está, que la respuesta a la pregunta
habría de ser: ¡Nada!), y en segundo, que me es permitido esperarlo, y, en
tercero, que, por lo mismo que me es permitido, puedo experimentar qué sea lo
que puedo esperar. Esto es lo que Kant dice.
Y el sentido de la cuarta pregunta, a la
que pueden reducirse las tres anteriores, sigue siendo en Kant éste: ¿Qué tipo
de criatura será ésta que puede saber, debe hacer y le cabe esperar? Y que las
tres cuestiones primeras puedan reducirse a esta última quiere decir: el
conocimiento esencial de este ser me pondrá de manifiesto qué es lo que, como
tal ser, puede conocer, qué es lo que, como tal ser, debe hacer, y qué es lo
que, también como tal ser, le cabe esperar. Con esto se ha dicho, a su vez, que
con la finitud que supone el que solamente se puede saber esto, va ligada
indisolublemente la participación en lo infinito, participación que se logra
por el mero hecho de poder saber.
Y se ha dicho también que con el
conocimiento de la finitud del hombre se nos da al mismo tiempo el conocimiento
de su participación en lo infinito, y no como dos propiedades yuxtapuestas,
sino como la duplicidad del proceso mismo en el que se hace cognoscible
verdaderamente la existencia del hombre. Lo finito actúa en ella, y también lo
infinito; el hombre participa en lo finito y también participa en lo infinito.
Ciertamente, Kant no ha respondido ni siquiera intentado responder a la
pregunta que enderezó a la antropología: ¿Qué es el hombre? Desarrolló en sus
lecciones una antropología bien diferente de la que él mismo pedía, una
antropología que, con criterio histórico-filosófico, se podría calificar de
anticuada trabada aún con la antropografía de los siglos xvii y xviii, tan poco
crítica.
Pero la formulación de la misión que
asignó a la antropología filosófica que propugnaba constituye un legado al que
no podemos renunciar. También para mí resulta problemático saber si una
disciplina semejante servirá para suministrar un fundamento a la filosofía o,
como dice Heidegger, a la metafísica. Porque es cierto que experimentamos
constantemente lo que podemos saber, lo que debemos hacer y lo que nos cabe
esperar; y también es verdad que la filosofía contribuye a que lo
experimentemos. Es decir, a la primera de las cuestiones planteadas por Kant,
puesto que, en forma de lógica y de teoría del conocimiento, me comunica qué
significa poder saber, y como cosmología, filosofía de la historia, etc., me
dice qué es lo que hay por saber; a la segunda, cuando como psicología me dice
cómo se realiza psíquicamente el deber, y como ética, teoría del estado,
estética, etc., qué es lo que hay por hacer; y a la tercera cuestión cuando, en
forma de filosofía de la religión, me dice por lo menos —cómo se presenta la
esperanza en la fe concreta y en la historia de las creencias, aunque no pueda
decirme qué es lo que cabe esperar, porque la religión y su explicación
conceptual, la teología, que tienen aquello por tema, no forman parte de la
filosofía. Todo esto lo considero verdad. Pero si la filosofía me puede prestar
esta ayuda a través de sus diversas disciplinas es, precisamente, gracias a que
ninguna de estas disciplinas reflexiona ni puede reflexionar sobre la
integridad del hombre.
Buber, M. 1967. ¿Qué es el Hombre? Editorial Fondo de
cultura económica. Mexico.
Tomado de: http://bibliotecaparalapersona-epimeleia.com/greenstone/collect/libros1/import/BuberQueEsElHombre.pdf